Les presentamos el prólogo escrito por las Colectiva Materia, traductoras de Visiones Primates, primera edición del libro completo al castellano editado por Hekht.
I. La primatología como SF. De la antropogénesis a la construcción de la diferencia sexual
Leer a Haraway es siempre y para cualquiera un desafío. La vertiginosidad de su pensamiento, la agudeza de su adjetivación chistosa y la progresiva complejización de todo enunciado aceptado habitualmente como un slogan bienpensante, hacen de la experiencia de leerla un verdadero viaje materialista a las entrañas de las narrativas científicas contemporáneas. Leerla es habitar el inseguro terreno de la blasfemia en el que la fabulación especulativa [speculative fabulation] es siempre requerida por el hecho científico [scientific fact] y viceversa en un juego recíproco de hibridaciones, y así [so far] . Es leer a todas las amigas con las que conversa y a todos los colegas que la desprecian. Es abandonar el pulcro gabinete del filósofo solitario para malpensar, como diría nuestra filósofa vernácula favorita , en los intersticios de las imágenes, artículos científicos y de divulgación, archivos, novelas de ciencia ficción, documentales y entrevistas personales de la autora con sus interlocutorxs.
Para quienes conocieron el pensamiento de Haraway a través de sus textos más recientes y, sobre todo, para quienes dicen echar de menos cierta falta de rigurosidad, de fuentes claras y de recorridos intelectuales visibles, la lectura de Visiones primates puede resultar un gran ejercicio de reconversión de prejuicios. Este libro es fruto de una investigación exhaustiva y de una lucidez impactante sobre los orígenes de una disciplina, la primatología, pero especialmente, sobre los orígenes de las narraciones que hacen posible una disciplina en general y el modo en que se entrelazan esos relatos que solo recientemente hemos reconocido como evidentemente inseparables: el de la naturaleza y la cultura. El texto ha sido publicado parcialmente en castellano en distintos lugares, pero es en su lectura global donde podemos apreciar el despliegue de ingenio y la minuciosa documentación que tienen el objetivo más general de contribuir al debate en torno a la intersección entre raza, género y clase, así como el modo en que esta intersección tiene parte en la creación de la pretendidamente inocente figura científica de la “naturaleza”.
Visiones primates no es solo una historia de la primatología, es una especie de caleidoscopio, bello y siniestro, que nos ofrece las visiones superpuestas del cuerpo primate, los distintos regímenes escópicos que trazan también un mapa perfecto del poder político. Los monos y los simios son el lugar semiótico-material en el que se inscriben tanto la antropogénesis (el imperativo de devenir “homo” sin marca) como la diferencia sexual (el origen de lo humano en el macho cazador o la hembra recolectora). Y la primatología occidental (euro-estadounidense), un discurso que construye un “sí mismo” a partir de ese otro primate, apropiándose de la “naturaleza” para producir la cultura, y de los cuerpos feminizados y racializados para producir el homo-varón como categoría sin marca. Estas visiones son analizadas, a su vez, desde un punto de vista propio siempre inestable y sesgado que da cuenta tambien de sus condiciones de visibilidad: Haraway insiste en marcar el lugar de mujer blanca estadounidense desde el que mira.
A lo largo de los capítulos Haraway detalla los pormenores de una práctica narrativa -la narrativa científica de la primatología- también como ejemplo de una práctica que pone en juego el problema geopolítico (podríamos decir) de las fronteras escritas en los cuerpos de los primates (humanos y no humanos), cuyas consecuencias se traducen en los grandes asuntos políticos del siglo XX: la decolonización, la guerra nuclear, la disputa feminista, etc. O, para decirlo con sus palabras, se trata de una “exploración de la primatología considerada simultáneamente como una ciencia de la vida moderna y un género literario de la teoría feminista”.
En la “Introducción”, Haraway advierte que no está interesada en partir de las bases habituales de la construcción discursiva académica (el desinterés, la objetividad y la comprehensión), incluso aunque la desarrolle con gran rigurosidad. Su interés es encontrar lectorxs diversxs, porque busca intervenir en distintos ámbitos en disputa: desde la primatología y la historia de la ciencia hasta “las discusiones de lxs teóricxs de la cultura y los movimientos de izquierda, los anti-racistas, anticoloniales, de mujeres, animales” y hasta “lxs amantes de las historias serias”. Haraway, lo saben incluso sus lectorxs más recientes, se toma muy en serio las historias que contamos. De esta forma, los primates no son en este libro ni un objeto de estudio ni el contenido de un discurso que se busca analizar desde una epistemología neutral y mandona, sino los “sujetos fantásticos” a partir de los cuales se puede explorar la forma en que se instituyen materialmente las fronteras de los discursos y, con eso, la permeabilidad entre ellos. En suma, los cuerpos primates nos permiten tanto señalar la insostenibilidad de los dualismos impuestos discursivamente como mapear sus efectos reales.
Visiones primates se propone pensar esta historia de la primatología en el siglo XX como un ejemplo de la construcción del conocimiento científico, sin “sucumbir” en ninguna de las cuatro tentaciones que acechan la investigación y que, no obstante, resultan muy persuasivas y posibilitadoras: la tendencia de los estudios sociales de la ciencia a rechazar la noción científica de realidad, destacando su carácter de “construcción social”; los estudios de la estructura institucional de la producción de producción y reproducción de la vida cotidiana, que dan cuenta de las posiciones diferenciales de ciertos modos del conocimiento que se toman como neutrales y universales; “el canto de sirena” de los propios científicos que insisten en que hay monos reales, a los que ellos acceden, que se comportan de cierta forma observable con objetividad (la posibilidad del acceso a los “hechos”); y, finalmente, la principal tentación, que es la de mirar siempre a través de las lentes esmeriladas de las historias de género y de raza, es decir: leer las construcciones culturales, entre las que se encuentran las ciencias primates, “desde las perspectivas abiertas por las políticas y las teorías feministas y anti-racistas” sin tener en cuenta que la raza y el género son también categorías (y “naturalezas”) históricas. Estas tentaciones acompañan, en tensión, a lo largo de todo el itinerario del libro. El desafío que Haraway afronta es dejar entrar estos posicionamientos para señalar la porosidad de las fronteras de las prácticas discursivas sin permitir que una de ellas silencie a las demás.
El recorrido que nos propone este texto es histórico, pero también problemático. Los orígenes de la primatología pueden ser entendidos a partir de una pregunta característica de la modernidad : la pregunta por la esencia de lo humano y por la antropogénesis, es decir, el particular umbral que diferencia al ser humano del resto de lo existente. La necesidad de pensar una y otra vez los umbrales, siempre móviles, difusos, contaminados y, consecuentemente, el modo particular en el que se intenta acorralar la frontera cada vez, nos da una particular visión: la del androcentrismo racista y clasista de un occidente que incluso en sus relatos aparentemente más neutrales no deja de arrojar imágenes prolíficas y densas. Imágenes que se traducen en dioramas, películas, esquemas, dibujos y fotografías que hacen de este libro no solo un ensayo epistemológico sino un particular híbrido narrativo e imaginario.
El libro se divide en tres partes puntuadas por dos hitos de la imaginación narrativa en torno a los primates: la segunda guerra mundial y el advenimiento de los movimientos de liberación de fines de la década del 70 y principios de los 80. La culturalidad de estos hitos no debe, sin embargo, confundirnos respecto de la coherencia interna del relato primatológico. La primera parte, en la que se encuentran textos fundamentales como “El patriarcado del osito Teddy”, las descripciones de los laboratorios de biología primate de R. Yerkes y los campos de trabajo de C. R. Carpenter y S. A. Altman, recorre las historias de los padres de la primatología, que se entrelazan crucialmente con la historia de la colonización, el racismo, el especismo y la museificación de las explicaciones naturales y culturales. Es decir, la necesidad de construir relatos imaginarios con cuerpos concretos y escenarios ideales. Haraway explica la trama, las figuraciones coloniales y nacionales, pero también su revés: aquel espacio donde la trama muestra sus hilos y sus invisibilizadxs. Este gesto de mostrar permanentemente el carácter material de la trama narrativa (mediante fotos, menciones al pasar en los textos analizados o en las formas de nombrar a lxs otrxs) habilita la aparición siempre desestabilizante y problematizadora de animales, mujeres y personas no blancas que son una parte intrínseca tanto del problema como de las soluciones que históricamente se le han dado. En este sentido, el libro que tenés entre manos puede ser leído como un tratado metodológico, pero también como una crítica sagaz al dualismo epistemológico que separa las ciencias naturales de las humanas y sociales, como una meta-cartografía del modo en que cobran existencia las fronteras discursivas y no discursivas, y como un conjunto de herramientas teóricas para aprender cuáles son los problemas relevantes, que hay que saber plantear aunque no necesariamente saber resolver.
La segunda guerra mundial tiene entre sus efectos la aparición de dos narrativas centrales tanto para la primatología como para la teoría de la guerra: la carrera espacial y el desarrollo nuclear. Las características de estos relatos, íntimamente vinculados con los problemas del fin y del nuevo comienzo, encuentran aquí el campo fértil para crecer copiosamente. Resultará pertinente entonces recuperar material fílmico y documental para evidenciar las jerarquías de dominancia sexuales, raciales, de especie y de clase presentes en la estructuración de la disciplina. Por ejemplo, en el documental Primate de Wiseman (1974) que Haraway analiza magistralmente en el capítulo 6, junto al surgimiento de nuevas instituciones y colaboraciones internacionales, congresos y la recepción popular de la temática del origen de lo humano en libros de divulgación y películas a partir de los parámetros de la primatología. A su vez, en esta segunda parte, Haraway trabaja sobre la hiper-explotada figura de la científica-madre de simios. Así, sin complacencias ni cinismos, hacen su aparición en el largo capítulo “Simios en el Edén” algunas mujeres estrellas de la primatología como Patterson, Strum, Fossey o Goodall. Haraway no deja de valorar el camino recorrido por todas ellas en la sinuosa disciplina (metafísico-política) de la primatología, a la vez que señala con sagacidad crítica la minuciosa elaboración de las analogías entre mujeres y simias en las explicaciones de las conductas de las hembras primates desde la maternidad. A partir de allí, se nos invita a recordar la figura de Washburn, responsable de la elaboración de la hipótesis del hombre cazador (como motor de la evolución-especiación) con las herramientas del discurso evolutivo de la paleoantropología y la primatología. Con “el plan Washburn” lo que significa “ser universalmente hombre y genéricamente humano” se vuelve casi análogo a lo que significaba ser un científico varón euroestadounidense en la década del 50. Y con él, el Hombre Cazador se amalgama con las figuras del Hombre Primitivo de África y del prototipo de hombre universal de la declaración de las Naciones Unidas de la segunda posguerra, con el objetivo de garantizar la supervivencia del ser humano en la era nuclear, signada por las luchas por la decolonización y la crisis ecológica. El Hombre Cazador se volvió el significado no marcado, universal, de la especie. “Todos los hombres, todos aquellos que se reproducen a sí mismos con sus herramientas, eran iguales en esta matriz primitiva y universal de la reproducción masculinista de las especies”, leemos en el capítulo 8. Detenerse, más fugaz pero muy certeramente, en la figura de Harry Harlow nos permite acceder a una nueva torsión en la historia de la primatología: él no sólo reemplaza la investigación en la “naturaleza” por el espacio controlado y más productivo del laboratorio sino que presenta una nueva versión del mito humanista del autonacimiento del héroe, y su consecuente inmortalidad, a través de sus experimentos con la “madre subrogante”. Esta parte termina con un capítulo dedicado a los estudios primates japoneses (diferentes de los estudios occidentales por sus prácticas de abastecimiento de comida a los monos silvestres para aumentar la observabilidad, la capacidad de identificar individualmente a cada animal, el estudio colectivo a largo plazo y por una síntesis filosófica del sentido de estas prácticas) y al relato sobre la “sofisticada primatología nacional” de India (que representa las consecuencias de los sistemas de dominación surgidos al calor del nuevo orden multinacional de la posguerra y que no necesariamente implicó una vida mejor ni para los humanos ni para los monos).
En la segunda parte comprobamos que la primatología se permite hablar siempre en dos sentidos a la vez: los primates son animales y por lo tanto pertenecen al mundo natural, pero lxs humanxs son primates y por lo tanto se juega en estas narraciones técnicas mucho más que una explicación histórica de las transformaciones teóricas y sus prácticas asociadas. Se trata de la disciplina que es ella misma el campo fronterizo, el umbral donde lo biológico y lo cultural se encuentran entramados de modo eminente.
Este carácter resulta también privilegiado para pensar los problemas del feminismo tal como se formulaban y reformulaban en las décadas del 70 y el 80 en el mundo angloparlante. Y a esto estará dedicada la tercera parte del libro, “La política de ser hembra”. Si el feminismo es ante todo una política que atañe a los cuerpos, la primatología se constituyó como un ámbito de fuertes disputas en torno a lo que podía entenderse por una hembra, corriendo el problema desde el constructivismo histórico-social hacia una problematización en los huesos de la cuestión del género. Haraway analiza la biopolítica de ser hembra en los relatos occidentales, y los desplazamientos que se producen tanto en la escritura científica como en la feminista. Los capítulos de esta sección analizan las disputas feministas por los sentidos de la primatología surgidas en la cultura capitalista occidental a fines del siglo XX. Dependiente de la lógica de dominación que no puede evitar reproducir, este feminismo también cuestiona, resiste y reestructura, afirma Haraway, los campos narrativos de la biología y la antropología que dieron lugar a la primatología y al feminismo. Por ello, no se trata solo de mostrar que la primatología se organiza en torno a un discurso occidental y sexualizado (como fue demostrado en las partes anteriores) sino también de examinar la relación del feminismo con esas lógicas y prácticas culturales. “En tanto teoría política occidental, puede decirse que el feminismo comienza en el mismo momento histórico y por las mismas razones históricas que los discursos de la biología y la antropología, con sus raíces en el siglo XVIII y su florecimiento en el siglo XIX. Durante este período, el organismo –animal, personal y social– se convirtió en el objeto de conocimiento naturo-técnico privilegiado”, dice en el capítulo 11. Los siguientes cuatro capítulos están dedicados al estudio de cuatro casos que le permiten explorar las intersecciones y divergencias entre feminismo y estudios primates en la práctica de mujeres blancas norteamericanas: Altmann, Fedigan, Zihlman y Hrdy. A través de estos estudios se revela la forma en que la primatología ha funcionado como una tecnología del género y del sexo aplicada tanto a los objetos de la ciencia como a quienes la practican. Por ello, Haraway puede decir que “muchos de los temas más importantes del feminismo moderno son tratados en los debates contemporáneos de la primatología” (cap. 13).
II. Manual de operaciones para filósofxs compañerxs
Para una colectiva dedicada a pensar los problemas del materialismo posthumano desde una perspectiva que se reivindica feminista (la Colectiva Materia, que conformamos quienes firmamos este prólogo y la traducción), este libro constituye algo así como un manual de operaciones, una guía de referencia con la información necesaria para saber cómo funciona una de las narrativas científicas que mejor ha contribuido a la explicación patriarcal de la antropogénesis (que se revela entonces como androgénesis) y a la construcción de la diferencia sexual. No ya una caja de herramientas, martillos o palos que nos ayuden a construir un relato filosófico heroico, sino las instrucciones para tejer una bolsa transportadora, una yica, una mochila que nos permita recolectar las cositas requeridas para la fabricación de otras historias y para honrar los términos de los problemas que heredamos. Otra forma de leer y de hacer filosofía, una que incluye leer y reponer ideas de amigas y colegas así como asumir la existencia de las tradiciones que no se están leyendo o con las que se elije no tejer. Una forma de hacer filosofía desertando de los grandes temas y sus protagonistas aglutinantes. Acá nadie es la primera, acá nadie reina.
El propio itinerario intelectual de Haraway es un ejemplo de esta progresiva deserción y abandono de aquellos conceptos que se vuelven grandilocuentes e hiperexplicativos, en una línea que va desde los simios, los cyborgs y los perros a las bacterias y los simbiontes. Se trata de un filosofar que reivindica la risa no cínica aunque corrosiva; en sus textos se dibuja siempre una sonrisa compañera, pero no por eso menos implacable, ante las tentaciones de los argumentos por reacción, los contrarrelatos en espejo, las inversiones apuradas y los discursos universalizantes, que desvían una estrategia argumental que se nos ofrece sin prisa y sin pausa, en pos de una radical solicitación de las bases antropogenéticas.
Como colectiva de pensamiento filosófico, una de las cuestiones que a menudo trabajamos es la puesta en cuestión de las fronteras jerarquizantes del principio antrópico (al que consideramos, por supuesto, como necesariamente andrópico). Es decir, nos interesa el señalamiento del carácter poroso, inasignable, siempre político de la frontera idealista, en el sentido adorniano, que garantiza la excepcionalidad privilegiada de una forma de existencia, la humana, que finalmente se revela como prerrogativa del varón, blanco, heterosexual, burgués, hablante de un idioma estandar y habitante de una comunidad internacionalmente aceptada, preferentemente la europea y euro-estadounidense. La filosofía de Haraway se dedica a señalar estas porosidades, y en este libro en particular, vemos cómo la primatología, tal como ella la imagina, encarna disciplinar y disciplinadamente todos esos problemas. Es por ello, quizás, que nos queremos parientas, a la vez íntimas y desconocidas, del feminismo materialista y compañero de Haraway.
III. Un libro intempestivo y oportuno
La traducción de este libro escrito a finales de los 80 más de treinta años después, habilita su tratamiento bajo la categoría de lo intempestivo. Un texto que, trasladado fuera de su tiempo y de su coyuntura que tan bien analiza, viene a revolver los lugares comunes sobre los que todavía giran algunas discusiones que, además, siguen dándose de forma aislada. No se trata estrictamente de un texto que intervenga de forma directa en los debates considerados actuales por las modas editoriales, así como tampoco se trata de una autora revelación cuya obra constituye una promesa. Más bien al contrario. Donna ya está de vuelta, incluso aunque sigue siendo toda una promesa feminista lanzada a un futuro autoral colectivo y revoltoso que se quiere a la altura de un universo sin respuestas.
Haraway es una autora cuyo éxito no se corresponde con la curva del “héroe”. No es unx autorx, con una obra, protagonista de sus logros intelectuales supuestamente propios que firma con su nombre: ella no se presenta como la primera en nada (como todavía hoy hacen muchos de sus colegas señaladores de orígenes inesperados), ni circula en los espacios de intervención académica sostenida en el prestigio del protagonismo agónico; ella no escribe ni habla con rabia aunque se dedique a temas indignantes; ella hilvana amorosamente y recoge en su mochila los pensamientos, acciones y conceptos de prácticas discursivas verdaderamente espúreas para la cofradía filosófica más pretendidamente radical.
Conocidísima hace un par de décadas por el tipo de circulación que tuvo el Manifiesto para Cyborgs o la compilación Ciencia, Cyborgs y mujeres dentro del muy prolifico ámbito de discusión feminista, fue solo recientemente y a partir de los debates antropocénicos que su obra se ha incorporado definitivamente en los cánones de lectura y comentario filosófico contemporáneo con sus textos más recientes sobre las especies compañeras o Seguir con el problema, donde presenta sus hipótesis en torno al problema del cambio climático y el Antropoceno.
Visiones Primates opera y habilita una relectura radical de la obra de Haraway. No solo porque vuelve imposible pensar dos momentos separados y estancos de su pensamiento, sino porque muchos de los temas tratados aquí desde una perspectiva quizás dura (ya que el texto sigue todo el tiempo de cerca una narrativa particular y posiblemente ajena para muchxs lectorxs, la primatología) son los que nos permiten entrever la trama necesaria que solo en el siglo XXI obtuvo el eco necesario: aquella que no puede separar las ciencias humanas y sociales de las ciencias naturales.
La insistencia de este conjunto de lecturas, algunas de las cuales tuvieron sus ediciones separadas, podría resumirse en aquello que Haraway repite una y otra vez a lo largo del libro: la raza, el género, la clase, la ciencia y la historia se entrelazan en unas narrativas muy particulares destinadas a fundamentar seriamente (es decir, científicamente) el problema de la antropogénesis. Este asunto, que parece ser ya casi un lugar común para quienes pasaron por los debates biopolíticos de las últimas décadas del siglo XX y los debates antropocénicos de las primeras del siglo XXI, no era evidente, o al menos no lo era en el sentido omnipresente que adquiere para nosotres en 1989. La lucidez con la que Haraway analiza el problema del relato antropogénico en la narrativa primatológica no deja de sorprendernos, pues en él se nos revela la mutua solidaridad entre el relato del origen de lo humano y el de su fin.
Es justamente la distancia que nos separa y nos acomuna la que reclama, para las decisiones de traducción, menos una opción definitiva que la duda respecto de lo que es posible decir en cada momento. El uso del inclusivo, que lxs lectorxs encontrarán dubitativo a lo largo del texto, obedece a la dificultad que nos asalta a la hora de pensar que la opción por el inclusivo es siempre posible. No parece posible para relatos en los que se acentúa que son mayoritariamente hombres quienes los protagonizan, y cuyo carácter masculinista el inclusivo probablemente opacaría en su sentido. No parece adecuado en las largas enumeraciones de profesionales intervinientes en una explicación particular. A veces es necesario pasar directamente al femenino, aún cuando el inglés no lo marque. La propia Donna elige en un momento del texto una palabra de origen español y la declina en o/a. A su vez, la profusa referencia a monas y simias complica aún más la decisión respecto de si correspondería también en esos casos, en los que primates humanos y no humanos son analizados en función del género, hablar de simios o monos en general o declinar en cada caso el femenino o el inclusivo. El complejo tráfico entre naturaleza y cultura opaca el uso normalizado en términos humanos del lenguaje. Si lo generizado es también aquella construcción llamada naturaleza ¿cabe hablar sobre sus sujetos-objetos bajo las mismas condiciones que nuestra contemporaneidad plantea para una humanidad cuya excepcionalidad se encuentra constantemente en cuestión? Quisiéramos entonces mantener, respecto de este punto, la inestabilidad con la que el propio texto juega a través de la posibilidad del neutro en inglés, imposible para el castellano. Consideramos a su vez que el uso del inclusivo, antes que una normativa que debería ser adoptada sin reservas como las normas de citado que acatamos sin chistar, implica siempre una puesta en relieve de la política del lenguaje. Antes que volvernos policías nosotras también de su aplicación, preferimos un uso libre, confiando en que el texto permitirá a lxs lectorxs adivinar en cada caso nuestra propia elección.
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